sábado, 25 de octubre de 2014

Capítulo 29
-Era un día de junio. Habíamos recalado en la ciudad de Santiago de Cuba. Nuestra nave estaba averiada y el puerto dispone de un excelente carenero para efectuar las reparaciones.
-¿Dónde queda esa ciudad?
-Señorita Dolores, la ciudad de Santiago de Cuba es una bellísima población ubicada en el sur de la Isla de Cuba, en las Antillas Españolas. Se encuentra emplazada a orillas del Caribe, al pie de una colina caliza en forma de anfiteatro. Su faro domina toda la bahía, y deberíais ver cuán hermosa riela la luna llena en las noches cálidas del Caribe.
-¿Cómo sabe tanto?
-Es que siendo yo un jovencito viví una año y medio en Santiago y me desempeñaba como guía de los viajeros que recién llegaban al lugar.
-¿Iremos a Santiago de Cuba?- quiso saber entusiasmada María.
-Me temo que no en esta ocasión.
-Continúe - instó la tímida Lucía.
-Cuando viví en la ciudad hice muchos amigos que suelo visitar cada vez que paso. En esa ocasión debía comprar un obsequio para mi novia.
-¡Cuéntenos! ¿Era hermosa?
-No tanto como ustedes - dijo con galantería Manolo- pero sí, era bonita. Mi interés era comprarle unos pendientes de coral para que combinaran con el carmín de sus labios.
-¡Qué romántico! - interrumpió Lucía suspirando y sus amas la miraron extrañadas.
El contramaestre continuó:
-Hay un comerciante muy conocido en Santiago, Ismael Lipman. Hacía mucho tiempo que estaba instalado en la isla y su tienda se halla muy cerca del puerto. Debo deciros que es un hombre muy poco agraciado. Tendrá unos sesenta o sesenta y cinco años. Es achaparrado, calvo y bastante rollizo. Semeja una tortuga porque sin cuello, su cabeza está pegada al cuerpo. Tiene una nariz enorme y los ojos chiquitos están perdidos entre sonrosadas mejillas.
-¡Se parece al tío Enrique! - soltó Dolores.
-¡Calláte y permití que maese Ferreira continúe! - rezongó María entusiasmada.
-Cuando llegué a la tienda del señor Lipman le manifesté mi deseo de adquirir unos pendientes como les describí. El hombre inmediatamente me ofreció varios ejemplares para que yo escogiera. En ese momento entró una siniestra figura colocó sobre el mostrador dos candelabros que llevaba bajo su capa. El señor Ismael le recriminó: «¡No seas imprudente Misha! ¡Guarda esto en nuestra sala! Yo ya voy.» Recuerden esta escena.
-Uno de mis amigos santiaguinos es un guapo mozo llamado Antonio. Joven, muy inteligente y flojo para el trabajo; se le ha metido en la sesera que quiere ser abogado. ¡Lo que hacen algunos para no trabajar! Cuando lo fui a visitar noté que estaba muy triste y le pregunté la causa de ello luego de un rato de charlar con él en una posada a orillas del mar.
-¿Qué le sucedía a su amigo? - preguntó curiosa Dolores.
-Antonio me contó que estaba enamorado de Joaquina, la hija de un importante terrateniente de Santiago.
-¿Y ella le correspondía?
-Antonio adoraba a Joaquina y Joaquina no vivía más que para Antonio. Todo hubiera sido maravilloso si el padre de la muchacha no se hubiera entrometido.
-¡Escuchá bien lo que Manolo nos cuenta! - protestó María.
-¡¡¡Shhhhhh!!! - la callaron las otras dos.
-El padre de Joaquina, que tenía plantaciones de cacao, café, tabaco y bananas en toda la región, había dado una fiesta recientemente. Su casa es una de las mansiones más lujosas de Santiago. Y Don Saverio no perdía oportunidad de hacer ostentación de sus riquezas. Para esa oportunidad reunió todo los elementos de plata que encontró en sus múltiples viviendas, pero le parecía poco. Concurrió al comercio de su amigo Ismael Lipman y compró varios adornos del noble metal. Cuando descubrió en un rincón del local dos candelabros de plata sus ojos brillaron codiciosos. «-¿Cuánto pide por estos candelabros?», preguntó. «-Esos no se venden». El señor Lipman continuó: «-son un recuerdo de familia que no puedo vender.» Por más que Don Saverio insistió, el otro no cedió.
-¿Eran los que usted vio?
-¡Adorable criatura! ¡Además de bella presta atención!
María cubrió su rostro con el abanico mientras Manolo continuó.
-Eran los mismos candelabros que aquél empleado exhibió cuando fui a comprar los pendientes. Luego me enteré que no eran unos candelabros cualquiera. Eran obra de un famoso orfebre florentino, Benvenuto Cellini, que vivió en Europa durante el Renacimiento por el 1500.
-¿Eran bonitos?
-¿Qué si eran bonitos? Eran la más delicada pieza de orfebrería que ojo alguno haya podido contemplar sobre esta tierra. Eran de reluciente plata, representaban a Eros y Tanatos sosteniendo cada uno dos portavelas. Pero además de ser unas exquisitas piezas escultóricas cada uno de los personajes llevaban entre sus brazos un ramillete de flores. Eros de rosas y Tanatos de margaritas. Las rosas eran trece pequeños rubíes y las margaritas quince topacios.
El señor Saverio llegó a un acuerdo con maese Ismael: los llevaría en préstamo para que los luciera el día de su aniversario. Todos aquellos que concurrieron a la fiesta no dejaron de alabar la sofisticación y riqueza de los candelabros.
El padre de Joaquina estaba radiante de orgullo. Pero le duró poco. A la mañana siguiente el señor Saverio se levantó y dirigiéndose a la sala donde se encontraban las dichosas obras de arte se encontró con que no estaban. Habían sido robadas.
-¿¡Robadas!?
-¡Se habían evaporado! Saverio no quería que nadie se enterara pues había dicho a todas sus amistades que eran de su propiedad...

jueves, 12 de junio de 2014

¿Qué es un corsario?

Buque de propiedad particular armado con autorización del gobierno de la nación cuya bandera enarbola, para detener y apresar los buques enemigos. 

Se llama corsario también a quien en caso de guerra entre dos estados, se dedica, con autorización de uno de estos (llamada carta de marca o patente de corso) a perseguir y capturar los barcos mercantes del otro estado. 

Los orígenes de los corsarios se remonta a la Edad Media, cuando en virtud del denominado "derecho de puño" los particulares apresaban los buques mercantes enemigos. Más tarde, los Estados se aprovecharon de esta estratagema, exigiendo la Carta de marca para que los corsarios no fueran considerados piratas y reglamentando las condiciones del corso. 

El gobierno que hacía una declaración de guerra, publicaba que expediría patentes de corso a sus súbditos o a los neutrales que quisieran perseguir al enemigo en el mar. Los corsarios estaban obligados a prestar fianza, para responder de las indemnizaciones que tuviera que pagar el Estado autorizante por los apresamientos injustos, además de estar sometidos en cuanto a la captura y visitas de los barcos a ciertas condiciones y formalidades. El navío capturado por un corsario era conducido a uno de los puertos del Estado autorizante, en el cual se examinaba la legalidad de la presa. Los beneficios materiales que obtenían los corsarios hicieron que se solicitasen numerosas cartas de marca y que en los siglos XVII y XVIII se formasen asociaciones de capitalistas para explotar el corso. 

Enciclopedia Universal ilustrada Europeo-americana. Vol. XV, Ed. Espasa


¿Quiénes eran los corsarios de Artigas?

Artigas, además de un hombre de acción, era un genial estratega y ante el avance portugués utilizó una antigua técnica que fue de gran éxito para sus fines. Los patriotas orientales no contaban con una flota que pudiera hacer frente a la que poseía el reino de Portugal. Entonces recurrirá a la expedición de patentes de corso para oponerse a españoles y portugueses. El corsario era un particular que armaba un barco, obtenía la patente de corso y podía atacar a los buques enemigos obteniendo beneficios personales y a la vez afectando la economía del enemigo. Existía un reglamento al que atenerse y tribunales de presa ubicados en diferentes lugares de América verificaban que se tratara de una “buena presa”, o sea que cumplieran las reglas establecidas. El gran éxito de esta campaña se aprecia en la urgente necesidad de Portugal de intentar que Estados Unidos prohibiera el armado de los corsarios.
NUEVO LIBRO: 
El corsario: una historia de amor
Por Viviana Bordón y Susana Bermúdez




El viaje de María Rodríguez Sáenz a Montevideo podría haber sido lo peor que le pasara en la vida, la casarían con un patricio al que no conocía. Pero antes debía viajar hasta Río, y en mitad de la jornada, cayó prisionera de un fiero corsario revolucionario: George Williamson, poderoso como un potro oriental y bronceado por el sol de mil mares. Hasta ahora el marino inglés solo había conocido el mar y la revolución, el secreto y la batalla, pero su encuentro con María será una tempestad que pondrá a prueba la fuerza de sus brazos y el ingenio de su mente. Los dos chocarán una y otra vez, escondiendo sus verdaderos sentimientos hasta que sea demasiado tarde y los amantes tengan que enfrentarse a la muerte y al oscuro corazón de los hombres. Romance y aventura se unen en El corsario, que trae a la luz la fuerza del deseo y el precio del orgullo.