jueves, 5 de julio de 2018

CUENTO PERTENECIENTE AL LIBRO "CUENTOS DE MONTAÑA ERRANTE"

FRAGMENTO


El secreto de Alhucema
El anciano permanecía cruzado de brazos observando el aguacero que se descargaba contra el cristal de la vidriera. Hacía tres meses que su tienda no recibía ningún visitante. Ya ni ganas tenía de encender las luces. Permanecía en penumbra. El gato ronroneaba trepado al último estante de madera de la librería. Algo había sucedido en el pueblo que impedía que se editaran libros nuevos. El último había recibido un año atrás. Eran poesías para niños: “Nanas para dar nono al nene” de Emérito González. Luego de esa publicación nadie más había escrito nada. ¿Nadie? Tal cual. Nadie. Parecía que las mentes se habían secado. La imaginación se había cegado. Las palabras se habían rasgado. Las ideas nuevas habían volado. Todos en el pueblo tenían los libros que querían tener. No había novedades. Y la música del agua golpeteando contra techos, ventanas y los adoquines de la calzada hacía danzar las nubes al son del viento. Se sirvió un mate. El olor de la yerba mezclado al aroma del papel viejo y las maderas adormecieron al micifuz.

Mientras esto sucedía en el pueblo, a pocos kilómetros de allí, Candelaria trabajaba en su granja intentando salvar sus pocas posesiones. El agua caía salvaje. Con una mano la muchacha separaba los cabellos empapados y con la otra lidiaba con las gallinas, la pareja de cerdos y la vaca Alhucema. Sobre el horizonte se levantaba una amenazante nube. Era oscura como la piel de un lobo marino. Venía rasante y rápida como un halcón en pos de su presa. Candelaria tuvo tiempo suficiente para encerrar a los animales y guarecerse ella misma dentro de la casa. Cerró los viejos postigos, encendió una vela y se quedó tiesa sentada a la mesa mirando la puerta de acceso. Temía lo peor. El viento llegó. Fue un vendaval. La casa crujía y se quejaba como una anciana achacosa. Afuera parecía que un avión sobrevolaba constantemente la granja. Era el rugido del aire en torbellino. Apenas duró unos minutos pero a Candelaria le pareció una vida. Su perro indiferente, se había acostado a sus pies y ella lo acariciaba sin ser consciente de lo que hacía. Cuando lo peor pasó, la muchacha abrió tímidamente el postigo de la ventana del frente. Árboles caídos, ramas desperdigadas, chapas de no se sabe dónde, en fin, una maraña de objetos entreverados por cualquier lado.

Candelaria corrió hasta el establo a reconocer a su querida Alhucema. Al abrir el portal la vaca mugió impasible. Salió lenta a continuar su única tarea: comer. En el corral, una parte del techo se había desmoronado, pero las gallinas se habían salvado todas. La familia de cerdos asustada no salía de su pocilga.

La joven levantó las ramas que pudo, juntó los baldes y otras herramientas desperdigadas por el lugar y se aprestó a ingresar a su casa cuando la descubrió. Levantó la vista por encima del techo, abrió la boca y así permaneció durante unos instantes. La sorpresa la inmovilizaba. Una montaña, una extraña montaña se levantaba detrás de su hogar. Un montículo que minutos atrás no estaba allí.

No era una montaña propiamente. Otra persona podría haberla calificado como una colina pues diez metros no es gran cosa. Pero para Candelaria que nunca había visto nada igual y mucho menos en el fondo de su granja, era un portento de majestuosidad. ¿De dónde había salido? ¿Cómo estaba allí? ¿Quién la colocó en ese lugar? ¿Y ahora qué hago? Se preguntó cuando pudo pensar.

La joven necesitaba verla de cerca. Tenía la forma de un cono. Cuanto más se acercaba más curiosa la encontraba. No parecía estar formada de rocas. Ni siguiera de tierra. ¿O sí? En todo caso no tenía vegetación alguna. Desde donde estaba se veía oscura, tenebrosa.

El perro Remo iba delante moviendo la cola. Al llegar al pie, Candelaria levantó la vista hacia la cumbre. Como el sol se asomó entre las nubes se formó un arco iris y justo justo parecía surgir desde la punta de la montaña. La muchacha extendió su mano y tomó un puñado de la tierra pelada que la formaba. Se resbaló de entre sus dedos y cayó al suelo. Era un entramado oscuro como si estuviera formado por ramitas secas. Negras. Minúsculas.

Candelaria se rascó la cabeza. Remo levantó la pata contra la montaña e hizo lo que todo perro que se precie de tal debe hacer para marcar territorio. Desde ahora la montaña sería suya.

En ese momento se escucharon voces cerca de la casa. En el pueblo ya todo el mundo sabía que en la granja de Candelaria había crecido una montaña. ¿Crecido? Las teorías que se tejieron al respecto fueron muchas. La que recogió más adhesiones fue la del comisario: La tormenta la trajo consigo.

Ese día Candelaria no estuvo sola como siempre. El pueblo completo la visitó. Cada vecino tomó entre sus manos esas extrañas “ramitas” que resbalaban de sus manos. Pero como suele ocurrir, fue la novedad de unos días y nada más. Luego, cada uno siguió con su tarea habitual.

La mañana del día siguiente Candelaria soltó a su vaca del establo. Continuó con sus tareas sin prestarle atención a Alhucema que muy campante rumbeó para la misteriosa montaña. Cuando ella cayó en la cuenta, el animal estaba muy goloso arrancando pedazos de la montaña.
-¡Alhucema! ¿Qué estás haciendo? ¿Cómo vas a comer la montaña?- gritó mientras corría a su encuentro.
La vaca la miró como miran las vacas con un poco de estrabismo, giró la cabeza y volvió a su tarea. Arrancaba las ramitas como si fueran su pasto preferido. La larga lengua de Alhucema lamía primero y cortaba después. Así estuvo un rato hasta que regresó a pastar y rumiar en la tierra.
En el trajín de su trabajo Candelaria olvidó el suceso. Pero notó que cada vez más Alhucema prefería comer montaña que comer pasto. Y el hecho trajo consecuencias.

Desde siempre, ordeñaba a la vaca y vendía el magro producto a los vecinos de la zona. Con las ganancias compraba lo que su granja no le daba. Sin embargo notó que esos días Alhucema estaba muy prolífica. Duplicó el rendimiento de leche y no sólo eso. Sus clientes le decían que el sabor era especial. Unos le comentaron que sabía a vainilla. Otros a limón. Algunos hasta sugirieron chocolate. Cada vez más los habitantes del pueblo empezaron a comprarle la leche a Candelaria. Y Alhucema no dejaba de producir cada vez más. Lo extraño era que cada cliente decía sentir un sabor diferente. Una niña le comentó que para ella la leche tenía gusto a caramelo y para su hermano a banana.

Ese no fue el único fenómeno extraño que ocurrió luego de la llegada de la montaña. El más extraordinario fue lo sucedido en el comportamiento de quienes tomaban la leche de la vaca que comía montaña.
...







FRAGMENTO DE "lAS CARTAS DE VÍCTOR"

CARTA 1

... 
Querida hermanita:

Este es el comienzo de la historia que estoy escribiendo para vos. Espero que te guste y en próximas cartas la continuaré.

Con papá te extrañamos una cantidad, pero como mamá te dijo, acá en el campo no podías curarte. Allá en Montevideo también hay médicos que saben mucho y en el hospital te cuidarán para que pronto puedas regresar.

Cuando el patrón te llevó en su camioneta hasta la ruta, yo sabía que ibas a estar un tiempo en la capital. No te preocupes; nos mantendremos comunicados a través de las cartas. Como tu ceibalita esta averiada y no hubo tiempo de enviarla a reparar, el maestro me dio la idea de escribirte cartas con papel y lapicera. También dijo que era una buena forma de que vos practiques la escritura. Mamá le contó a papá que frente a la pensión donde están viviendo hay una agencia de correos así ella podrá llevar tus cartas. Y no rezongues porque mamá no te deje utilizar el celular. Sabés que es caro y sólo papá y ella pueden usarlos. ¿No te parece divertido poder escribirnos cartas? Antes era la única manera de comunicarse. Además podés mandarme dibujos que, como vos sabés, siempre me gustan.

Tus amigas de la escuela te envían muchos cariños: Aitana, Ainoa, Ariane y Almudena. El maestro me pidió que te escribiera sus saludos. ¡No sabés el susto que me llevé cuando el otro día me dijo que antes de regresar a casa quería hablar conmigo! ¡Y era para mandarte sus recuerdos! Yo creí que había descubierto que fui yo quien cambió las tizas blancas por las de colores y se ensució toda la túnica.

En la estancia las cosas andan como siempre y acá en casa la oveja aún no ha parido aunque papá dice que en cualquier momento nacerá el corderito. Siento que vos no lo vas a ver recién nacido. No te preocupes; te mandaré un dibujo y además quizás vuelvas para verlo aún mamando.

Bombón te extraña mucho y Chucito también. Los dos se pasan acostados mirando la portera esperando que vuelvas de la escuela. Yo les expliqué que estás en la capital para curarte y que mamá te acompaña. Ellos me mueven la cola, se dan media vuelta y vuelven a la espera.

Escribime pronto y decime si te gusta la historia que estoy inventando para vos.

Con todo tu cariño, tu hermano que te quiere mucho:

Víctor...

domingo, 27 de mayo de 2018

Libro galardonado con el Segundo Premio MEC publicado en Mayo de 2018


Entrega del premio al Segundo lugar en la categoría inédito
 Literatura infantil y juvenil del PREMIO NACIONAL DE LITERATURA (MEC) 

Diciembre 2017 


sábado, 25 de octubre de 2014

Capítulo 29
-Era un día de junio. Habíamos recalado en la ciudad de Santiago de Cuba. Nuestra nave estaba averiada y el puerto dispone de un excelente carenero para efectuar las reparaciones.
-¿Dónde queda esa ciudad?
-Señorita Dolores, la ciudad de Santiago de Cuba es una bellísima población ubicada en el sur de la Isla de Cuba, en las Antillas Españolas. Se encuentra emplazada a orillas del Caribe, al pie de una colina caliza en forma de anfiteatro. Su faro domina toda la bahía, y deberíais ver cuán hermosa riela la luna llena en las noches cálidas del Caribe.
-¿Cómo sabe tanto?
-Es que siendo yo un jovencito viví una año y medio en Santiago y me desempeñaba como guía de los viajeros que recién llegaban al lugar.
-¿Iremos a Santiago de Cuba?- quiso saber entusiasmada María.
-Me temo que no en esta ocasión.
-Continúe - instó la tímida Lucía.
-Cuando viví en la ciudad hice muchos amigos que suelo visitar cada vez que paso. En esa ocasión debía comprar un obsequio para mi novia.
-¡Cuéntenos! ¿Era hermosa?
-No tanto como ustedes - dijo con galantería Manolo- pero sí, era bonita. Mi interés era comprarle unos pendientes de coral para que combinaran con el carmín de sus labios.
-¡Qué romántico! - interrumpió Lucía suspirando y sus amas la miraron extrañadas.
El contramaestre continuó:
-Hay un comerciante muy conocido en Santiago, Ismael Lipman. Hacía mucho tiempo que estaba instalado en la isla y su tienda se halla muy cerca del puerto. Debo deciros que es un hombre muy poco agraciado. Tendrá unos sesenta o sesenta y cinco años. Es achaparrado, calvo y bastante rollizo. Semeja una tortuga porque sin cuello, su cabeza está pegada al cuerpo. Tiene una nariz enorme y los ojos chiquitos están perdidos entre sonrosadas mejillas.
-¡Se parece al tío Enrique! - soltó Dolores.
-¡Calláte y permití que maese Ferreira continúe! - rezongó María entusiasmada.
-Cuando llegué a la tienda del señor Lipman le manifesté mi deseo de adquirir unos pendientes como les describí. El hombre inmediatamente me ofreció varios ejemplares para que yo escogiera. En ese momento entró una siniestra figura colocó sobre el mostrador dos candelabros que llevaba bajo su capa. El señor Ismael le recriminó: «¡No seas imprudente Misha! ¡Guarda esto en nuestra sala! Yo ya voy.» Recuerden esta escena.
-Uno de mis amigos santiaguinos es un guapo mozo llamado Antonio. Joven, muy inteligente y flojo para el trabajo; se le ha metido en la sesera que quiere ser abogado. ¡Lo que hacen algunos para no trabajar! Cuando lo fui a visitar noté que estaba muy triste y le pregunté la causa de ello luego de un rato de charlar con él en una posada a orillas del mar.
-¿Qué le sucedía a su amigo? - preguntó curiosa Dolores.
-Antonio me contó que estaba enamorado de Joaquina, la hija de un importante terrateniente de Santiago.
-¿Y ella le correspondía?
-Antonio adoraba a Joaquina y Joaquina no vivía más que para Antonio. Todo hubiera sido maravilloso si el padre de la muchacha no se hubiera entrometido.
-¡Escuchá bien lo que Manolo nos cuenta! - protestó María.
-¡¡¡Shhhhhh!!! - la callaron las otras dos.
-El padre de Joaquina, que tenía plantaciones de cacao, café, tabaco y bananas en toda la región, había dado una fiesta recientemente. Su casa es una de las mansiones más lujosas de Santiago. Y Don Saverio no perdía oportunidad de hacer ostentación de sus riquezas. Para esa oportunidad reunió todo los elementos de plata que encontró en sus múltiples viviendas, pero le parecía poco. Concurrió al comercio de su amigo Ismael Lipman y compró varios adornos del noble metal. Cuando descubrió en un rincón del local dos candelabros de plata sus ojos brillaron codiciosos. «-¿Cuánto pide por estos candelabros?», preguntó. «-Esos no se venden». El señor Lipman continuó: «-son un recuerdo de familia que no puedo vender.» Por más que Don Saverio insistió, el otro no cedió.
-¿Eran los que usted vio?
-¡Adorable criatura! ¡Además de bella presta atención!
María cubrió su rostro con el abanico mientras Manolo continuó.
-Eran los mismos candelabros que aquél empleado exhibió cuando fui a comprar los pendientes. Luego me enteré que no eran unos candelabros cualquiera. Eran obra de un famoso orfebre florentino, Benvenuto Cellini, que vivió en Europa durante el Renacimiento por el 1500.
-¿Eran bonitos?
-¿Qué si eran bonitos? Eran la más delicada pieza de orfebrería que ojo alguno haya podido contemplar sobre esta tierra. Eran de reluciente plata, representaban a Eros y Tanatos sosteniendo cada uno dos portavelas. Pero además de ser unas exquisitas piezas escultóricas cada uno de los personajes llevaban entre sus brazos un ramillete de flores. Eros de rosas y Tanatos de margaritas. Las rosas eran trece pequeños rubíes y las margaritas quince topacios.
El señor Saverio llegó a un acuerdo con maese Ismael: los llevaría en préstamo para que los luciera el día de su aniversario. Todos aquellos que concurrieron a la fiesta no dejaron de alabar la sofisticación y riqueza de los candelabros.
El padre de Joaquina estaba radiante de orgullo. Pero le duró poco. A la mañana siguiente el señor Saverio se levantó y dirigiéndose a la sala donde se encontraban las dichosas obras de arte se encontró con que no estaban. Habían sido robadas.
-¿¡Robadas!?
-¡Se habían evaporado! Saverio no quería que nadie se enterara pues había dicho a todas sus amistades que eran de su propiedad...