Capítulo 29
-Era un día de junio. Habíamos recalado en la
ciudad de Santiago de Cuba. Nuestra nave estaba averiada y el puerto dispone de
un excelente carenero para efectuar las reparaciones.
-¿Dónde queda esa ciudad?
-Señorita Dolores, la ciudad de Santiago de
Cuba es una bellísima población ubicada en el sur de la Isla de Cuba, en las
Antillas Españolas. Se encuentra emplazada a orillas del Caribe, al pie de una
colina caliza en forma de anfiteatro. Su faro domina toda la bahía, y deberíais
ver cuán hermosa riela la luna llena en las noches cálidas del Caribe.
-¿Cómo sabe tanto?
-Es que siendo yo un jovencito viví una año y
medio en Santiago y me desempeñaba como guía de los viajeros que recién
llegaban al lugar.
-¿Iremos a Santiago de Cuba?- quiso saber
entusiasmada María.
-Me temo que no en esta ocasión.
-Continúe - instó la tímida Lucía.
-Cuando viví en la ciudad hice muchos amigos
que suelo visitar cada vez que paso. En esa ocasión debía comprar un obsequio
para mi novia.
-¡Cuéntenos! ¿Era hermosa?
-No tanto como ustedes - dijo con galantería
Manolo- pero sí, era bonita. Mi interés era comprarle unos pendientes de coral
para que combinaran con el carmín de sus labios.
-¡Qué romántico! - interrumpió Lucía
suspirando y sus amas la miraron extrañadas.
El contramaestre continuó:
-Hay un comerciante muy conocido en Santiago,
Ismael Lipman. Hacía mucho tiempo que estaba instalado en la isla y su tienda
se halla muy cerca del puerto. Debo deciros que es un hombre muy poco
agraciado. Tendrá unos sesenta o sesenta y cinco años. Es achaparrado, calvo y
bastante rollizo. Semeja una tortuga porque sin cuello, su cabeza está pegada
al cuerpo. Tiene una nariz enorme y los ojos chiquitos están perdidos entre
sonrosadas mejillas.
-¡Se parece al tío Enrique! - soltó Dolores.
-¡Calláte y permití que maese Ferreira
continúe! - rezongó María entusiasmada.
-Cuando llegué a la tienda del señor Lipman
le manifesté mi deseo de adquirir unos pendientes como les describí. El hombre
inmediatamente me ofreció varios ejemplares para que yo escogiera. En ese
momento entró una siniestra figura colocó sobre el mostrador dos candelabros
que llevaba bajo su capa. El señor Ismael le recriminó: «¡No seas imprudente
Misha! ¡Guarda esto en nuestra sala! Yo ya voy.» Recuerden esta escena.
-Uno de mis amigos santiaguinos es un guapo
mozo llamado Antonio. Joven, muy inteligente y flojo para el trabajo; se le ha
metido en la sesera que quiere ser abogado. ¡Lo que hacen algunos para no
trabajar! Cuando lo fui a visitar noté que estaba muy triste y le pregunté la
causa de ello luego de un rato de charlar con él en una posada a orillas del
mar.
-¿Qué le sucedía a su amigo? - preguntó
curiosa Dolores.
-Antonio me contó que estaba enamorado de
Joaquina, la hija de un importante terrateniente de Santiago.
-¿Y ella le correspondía?
-Antonio adoraba a Joaquina y Joaquina no
vivía más que para Antonio. Todo hubiera sido maravilloso si el padre de la
muchacha no se hubiera entrometido.
-¡Escuchá bien lo que Manolo nos cuenta! -
protestó María.
-¡¡¡Shhhhhh!!! - la callaron las otras dos.
-El padre de Joaquina, que tenía plantaciones
de cacao, café, tabaco y bananas en toda la región, había dado una fiesta recientemente.
Su casa es una de las mansiones más lujosas de Santiago. Y Don Saverio no
perdía oportunidad de hacer ostentación de sus riquezas. Para esa oportunidad
reunió todo los elementos de plata que encontró en sus múltiples viviendas, pero
le parecía poco. Concurrió al comercio de su amigo Ismael Lipman y compró
varios adornos del noble metal. Cuando descubrió en un rincón del local dos
candelabros de plata sus ojos brillaron codiciosos. «-¿Cuánto pide por estos
candelabros?», preguntó. «-Esos no se venden». El señor Lipman continuó: «-son
un recuerdo de familia que no puedo vender.» Por más que Don Saverio insistió,
el otro no cedió.
-¿Eran los que usted vio?
-¡Adorable criatura! ¡Además de bella presta
atención!
María cubrió su rostro con el abanico
mientras Manolo continuó.
-Eran los mismos candelabros que aquél
empleado exhibió cuando fui a comprar los pendientes. Luego me enteré que no
eran unos candelabros cualquiera. Eran obra de un famoso orfebre florentino,
Benvenuto Cellini, que vivió en Europa durante el Renacimiento por el 1500.
-¿Eran bonitos?
-¿Qué si eran bonitos? Eran la más delicada
pieza de orfebrería que ojo alguno haya podido contemplar sobre esta tierra. Eran
de reluciente plata, representaban a Eros y Tanatos sosteniendo cada uno dos
portavelas. Pero además de ser unas exquisitas piezas escultóricas cada uno de
los personajes llevaban entre sus brazos un ramillete de flores. Eros de rosas
y Tanatos de margaritas. Las rosas eran trece pequeños rubíes y las margaritas
quince topacios.
El señor Saverio llegó a un acuerdo con maese
Ismael: los llevaría en préstamo para que los luciera el día de su aniversario.
Todos aquellos que concurrieron a la fiesta no dejaron de alabar la
sofisticación y riqueza de los candelabros.
El padre de Joaquina estaba radiante de
orgullo. Pero le duró poco. A la mañana siguiente el señor Saverio se levantó y
dirigiéndose a la sala donde se encontraban las dichosas obras de arte se
encontró con que no estaban. Habían sido robadas.
-¿¡Robadas!?
-¡Se habían evaporado! Saverio no quería que
nadie se enterara pues había dicho a todas sus amistades que eran de su
propiedad...